01 Feb
01Feb

Veamos ahora a qué nos referimos por el culto legítimo de Dios. Su fundamento principal es reconocerlo como Él es, la única fuente de toda virtud, justicia, santidad, sabiduría, verdad, poder, bondad, misericordia, vida y salvación; de acuerdo con esto, el atribuirle y rendirle la gloria de todo lo que es bueno, buscar todas cosas sólo en Él, y en cada necesidad recurrir a Él solamente. De aquí nace la oración, de aquí la alabanza y la acción de gracias, que son las pruebas de la gloria que le atribuimos. Esto es aquella santificación genuina de su nombre que Él requiere de nosotros por encima de todas las cosas. A esto se le une la adoración, por la cual le manifestamos la reverencia debida a su grandeza y excelencia; y a esta adoración las ceremonias le están subordinadas, como ayudas o instrumentos, para que, en el desempeño del culto divino, el cuerpo pueda ejercitarse al mismo tiempo con el alma. Después de esto viene la renuncia propia de uno mismo, cuando (renunciando el mundo y la carne) somos transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento: y ya no vivimos más para nosotros mismos, sino que nos sometemos para ser gobernados y movidos por él. Por esta renuncia propia de uno mismo se nos instruye a la obediencia y lealtad a su voluntad, para que su temor reine en nuestros corazones, y regule todas las acciones de nuestras vidas.

Que en estas cosas consiste la adoración verdadera y sincera que Dios solo aprueba y en la que Él sólo se agrada, lo enseña el Espíritu Santo a través de las Escrituras, y es además – antes de comenzar cualquier discusión – el fundamento más indicado de la piedad. Tampoco ha existido desde del principio otra manera de adorar a Dios; la única diferencia es que esta verdad espiritual (que con nosotros es manifiesta y sencilla) estuvo bajo el Antiguo Pacto envuelta en figuras. Y este es el significado de las palabras de nuestro Salvador, «Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad,» (Juan 4:23). Porque con estas palabras Él no estaba negando que la adoración de los patriarcas era espiritual, sino sólo quería indicar una distinción en la forma externa: quiere decir, que mientras el Espíritu anunciaba de antemano por medio de muchas figuras, nosotros lo tenemos en una manera clara. Pero siempre se ha reconocido, que Dios, que es Espíritu, debe ser adorado en espíritu y en verdad.

Además, la regla que distingue entre una adoración pura y una adoración corrupta se aplica universalmente, a fin de que no adoptemos ningún artificio o invención que nos parezca apropiada, sino atender a los mandatos de Aquel que solo tiene derecho en prescribir. Por lo tanto, si queremos que Él apruebe nuestra adoración, esta regla (que Él impone por todas partes con una máxima seriedad) debe guardarse con gran diligencia. Porque hay dos razones por las que el Señor — al condenar y prohibir toda adoración falsa — requiere de nosotros al prestar obediencia sólo a su propia voz. Primero, esto establece en gran manera su autoridad para que no sigamos nuestro propio gusto, sino que dependamos enteramente en Su soberanía; y, en segundo lugar, tal es nuestra necedad, que cuando se nos deja en libertad, todo lo que podemos hacer es extraviarnos. Luego, una vez que nos hemos apartado del sendero correcto, no hay fin a nuestros desvaríos y enredos, hasta que nos hallamos sepultados bajo una multitud de supersticiones. Por lo tanto, el Señor en una manera justa para afirmar su derecho total de dominio, impone estrictamente lo que Él quiere que hagamos, y rechacemos inmediatamente todo artificio o invención humana que están en desacuerdo con su mandato. También, en una manera justa, Él, en términos claros, define nuestros límites para que no — al fabricar maneras perversas de adoración — provoquemos su ira contra nosotros.

Sé cuán difícil es persuadir al mundo que Dios desaprueba toda manera de adoración que Él no ha establecido explícitamente en su Palabra. Antes bien, la posición contraria que se apega a invenciones humanas (que están arraigadas, como si fuese, en sus mismos huesos y médula) es que cualquier cosa que ellos hacen, tienen ellos en sí mismos autoridad suficiente, siempre y cuando exhiban algún tipo de celo a favor del honor de Dios. Pero como Dios no sólo considera como inútil, pero que también abomina abiertamente cualquier cosa que se hace por un celo a Su adoración, si está en desacuerdo con su mandato, ¿qué ganamos haciendo lo contrario? Las palabras de Dios son claras y manifiestas, «Obedecer es mejor que sacrificio». «Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.» (1 Sam. 15:22; Mat. 15:9). Cada añadidura a su Palabra, especialmente en este asunto, es una mentira. Un simple «culto voluntario» (έθελοθζησχΕια)4 (Col. 2:18) es vanidad. Tal es la decisión que el Juez divino ha pronunciado, y una vez que lo ha determinado, ya no queda lugar para debatir.

4 Esta palabra griega se traduce en inglés como «will-worship»; las traducciones en español varían, como «deleitándose en la humillación de sí mismo» (Biblia de las Américas), «se ufanan en fingir humildad» (Nueva Versión Internacional). Los términos humillación, humildad en lenguaje bíblico envuelven la idea de adoración. [N. del. T.]

¿Se inclinará ahora vuestra Cesárea Majestad a reconocer, y vosotros ilustrísimos Príncipes me concederéis vuestra atención, mientras muestro cuán en desacuerdo total con este principio están todas las prácticas que a través del mundo cristiano hoy en día se tienen como culto divino? En palabras, ciertamente, ellos le conceden a Dios la gloria de todo lo que es bueno; pero, en los hechos le despojan la mitad, o más de la mitad de sus perfecciones [atributos] al dividirlas entre los santos. No importa que clase de maquinaciones nuestros adversarios empleen, y no importa cuanto nos difamen por exagerar lo que ellos alegan que son simple errores triviales, yo indicaré simplemente el hecho como todo hombre lo apercibe. Los oficios divinos son distribuidos entre los santos como si estos hubieran sido designados los colegas del Dios supremo, y, en una multitud de casos, ellos son puestos para hacer su trabajo, mientras que Él es arrinconado. De lo que yo me quejo es simplemente lo que todo el mundo tiene como refrán común. Porque ¿qué significa decir, «el Señor no puede ser conocido antes que los apóstoles,» sino que por la distancia a la cual los apóstoles son elevados, la dignidad de Cristo es rebajada, o es oscurecida por lo menos? El resultado de esta perversidad es que el hombre, abandonando la fuente de aguas vivas, ha aprendido, como Jeremías nos dice, a cavar «cisternas, cisternas rotas, que no retienen agua» (Jer. 2:13). Porque, ¿en dónde buscan ellos la salvación y todo otro bien? ¿Sólo en Dios? El curso entero de su vidas proclaman abiertamente lo contrario. Ellos afirman, ciertamente, que buscan la salvación y todo otro bien en Dios; pero es un falso pretexto ya que lo buscan en otra parte.

De este hecho, tenemos pruebas claras en las corrupciones por las cuales la oración fue corrompida al principio, y después en gran medida pervertida y extinguida. Hemos observado que la oración proporciona una prueba de si el que ora rinde o no la gloria debida a Dios. De igual manera, esto nos permitirá descubrir si, después de arrebatarle de su gloria, la transfieren a las criaturas. En la oración genuina, se requiere algo más que un simple ruego. El que ora debe tener la certeza que Dios es el único a quien él puede acudir, tanto porque sólo Él puede ayudarlo en su necesidad como también porque Él ha prometido hacerlo. Pero ningún hombre puede tener esta convicción a menos que se apegue al mandato por el que Dios nos llama a Él mismo, y a la promesa (que está unida al mandato) de que Él escucha nuestras oraciones. El mandato no fue así considerado cuando los hombres invocaban a los ángeles y a los muertos juntamente con Dios. Y los más sabios — si no los invocaban en el lugar de Dios — por lo menos los consideraban como mediadores, en cuya intercesión Dios les otorgaba sus peticiones.

¿Dónde estaba, pues, la promesa que se fundamenta enteramente en la intercesión de Cristo? Ignorando a Cristo, el único Mediador, cada uno se volvió a su santo patrón que le había despertado su extravío; o si en algún tiempo se le dio un lugar a Cristo, fue uno en que Él permaneció desapercibido como algún individuo ordinario entre una multitud. Entonces, aunque no hay nada más repugnante a la naturaleza de la oración genuina como la duda y la desconfianza, así estas cosas prevalecieron, tanto que casi eran consideradas como necesarias para orar bien. Y ¿por qué fue esto? Simplemente porque el mundo no entendió las declaraciones en las que Dios nos invita a hablar con Él, y en las que se compromete hacer todo lo que pidamos en una dependencia en su mandato y promesa, y nos presenta a Cristo como el Abogado en cuyo nombre nuestras oraciones son oídas. Además, examínense las oraciones públicas que se hacen comúnmente en las iglesias. Se hallará que están manchadas con impurezas innumerables. De ellas, por consiguiente, tenemos el poder para juzgar cuánto de esta parte del culto divino ha sido contaminado. Tampoco había menos corrupción en las expresiones de la acción de gracias. Este hecho es confirmado por los cantos públicos, en los cuales los santos son alabados por cada bendición, como si ellos fuesen compañeros de Dios.

Y ahora, ¿qué diré de la adoración? ¿Acaso los hombres no rinden a las imágenes y estatuas la mismísima reverencia que le rinden a Dios? Es un error suponer que hay alguna diferencia entre esta locura y la de los paganos. Pues Dios nos prohíbe no sólo adorar imágenes, sino también considerarlas como habitación de su divinidad y adorarlas porque habita en ellas. Los mismísimos pretextos que los patrocinadores de esta abominación emplean hoy en día, fueron empleados anteriormente por los paganos para encubrir su impiedad. Además, es innegable que los santos – aún hasta sus mismos huesos, prendas de vestir, zapatos, e imágenes —son adoradas aún hasta en el lugar de Dios.

Pero algún disputador sutil se opondrá diciendo que hay varios tipos de adoración — que el honor de dulia [veneración], como la llaman, se le da a los santos, a sus imágenes, y a sus huesos; y que latria [adoración] se reserva para Dios como a Él sólo se le debe, a menos que hagamos una excepción al término hyperdulia [alta veneración], algo que conforme al entontecimiento aumentaba, fue inventado para elevar a la virgen María por encima de los demás. Como si estas distinciones sutiles fuesen conocidas o estuviesen presentes en las mentes de los que se postran a sí mismos ante imágenes. Mientras tanto, el mundo está repleto de idolatría no menos enorme (y si se me permite afirmar) no menos capaz de ser sentida de lo que fue la idolatría antigua de los egipcios, la cual todos los profetas por doquiera condenan severamente.

Simplemente observo de paso cada una de estas corrupciones, ya que más adelante expondré con mayor claridad sus daños y perjuicios.

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